Apenas levantó la vista cuando sintió abrirse la puerta, pero a su hermano le basté aquella mirada para ver repetido en ella el destino irreparable del bisabuelo.
Cayetano siguió mirando el sol sin el cristal por simple distracción. A las dos y doce parecía un disco negro, perfecto, y por un instante fue la media noche a pleno día.
Imaginé por un segundo a don Anselmo en vida, con un Toledo en la comisura de la boca, gritando furibundo entre toses que dejaran de rezar por él de una puñetera vez.