En cambio, si lo veía con el rostro grave y no contestaba a su saludo, permanecía en silencio y escuchaba sus amenazas con la cabeza baja, como arrepentido.
El viejo no les hacía caso. No hacía caso de nada, salvo del gobierno del bote. Sólo notaba lo bien y ligeramente que navegaba el bote ahora que no llevaba un gran peso amarrado al costado.
A un niño frustrado que se la pasa viendo sus dos papás que ni siquiera se hablan, no se pelan, y el papá al trabajo y la mamá a dormir en cuartos distintos.
Su alma le suplicó lastimosamente; pero él, sin prestarle atención, saltaba de risco en risco, tan seguro de sus pies como una cabra montés, y por fin llegó a la tierra llana y a la amarillenta orilla del mar.
En la corriente de su desventura fui yo por dos tíos míos llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana, como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas.