Un sacristán viejo y una niña huérfana de catorce años, ambos mandingas conversos, eran los ayudantes en la iglesia y en la casa, pero no hacían falta después del rosario.
La guardiana ayudó a someterla y a amarrarla. Antes de salir, Delaura sacó del bolsillo un rosario de sándalo y se lo colgó a Sierva María encima de sus collares de santería.
La interrumpió el relámpago. El trueno se despedazó en la calle, entró al dormitorio y pasó rodando por debajo de la cama como un tropel de piedras. La mujer saltó hacia el mosquitero en busca del rosario.
No es otra la locura sino que éstas son cartas de Duquesas y de gobernadores, y estos que traigo al cuello son corales finos las avemarías, y los padresnuestros son de oro de martillo, y yo soy gobernadora.