Los antiguos habitantes de Macondo se encontraban arrinconados por los advenedizos, trabajosamente asidos a sus precarios recursos de antaño, pero reconfortados en todo caso por la impresión de haber sobrevivido a un naufragio.
Su padre era un clérigo del norte de Inglaterra, respetado por todos, que había vivido con bastante holgura en su juventud gracias a una modesta renta y a una cómoda y pequeña casa de su propiedad.