A pesar de la influyente dinastía familiar y de la enorme fortuna de Solomon, Langdon no había encontrado más que humildad y cordialidad en sus delicados ojos grises.
Sin embargo, en un acto de renovada bondad, al salir del comedor pasaron al cuarto de la enferma y se sentaron con ella hasta que las llamaron para el café.
La nube comprendió entonces su error, y que su avaricia y egoísmo serían la causa de su desaparición, pero justo antes de evaporarse, cuando sólo quedaba de ella un suspiro de algodón, apareció una suave brisa.