Un teniente del ejército se subió entonces en el techo de la estación, donde había cuatro nidos de ametralladoras enfiladas hacia la multitud, y se dio un toque de silencio.
Cuando dieron las doce en el reloj, vieron llegar a dos pequeños duendes completamente desnudos que, dando ágiles saltitos, se subieron a la mesa donde estaba todo el material.
No lo dudes, Sancho -replicó don Quijote-; porque del mesmo y por los mesmos pasos que esto he contado suben y han subido los caballeros andantes a ser reyes y emperadores.
Primero, en la calle de la Ribera, la casilla de Arreburra, el aguador, con su corral al Sur, dorado siempre de sol, desde donde yo miraba a Huelva, encaramándome en la tapia.
El lobo sopló y sopló, pero esta vez no logró derrumbar la casa, así que se puso a dar vueltas hasta que se le ocurrió trepar hasta el tejado para colarse por la chimenea.