A mí no me anuncian los chambelanes, ni necesito permiso para presentarme ante reyes, ni me asusta la autoridad de los sultanes, ni sus numerosos soldados.
Cuando llegaron al Palacio, el Sultán estaba muy contento con todos los regalos y muy feliz dijo: Te dejaré que te cases con mi hija, y viviréis en el palacio real conmigo.
Desde ese momento le fue al viejo Sultán tan bien que no pudo desear nada mejor. Poco después le visitó el lobo y se alegró de que todo le hubiera salido así de bien.
Vete a casa rápidamente y hazle al viejo Sultán un puré de miga de pan, así no tendrá que mascar, y tráele la almohada de mi cama: se la daré para que se eche allí.
Entonces les entró miedo a los dos, el jabalí se escondió en el follaje y el lobo saltó a un árbol. Cuando llegaron el perro y el gato, se asombraron de que no podían distinguir a nadie.