Después se serenaron y observaron en silencio cómo sus bocanadas de humo se arremolinaban y subían hasta el techo, donde eran aspiradas por un extractor.
La mujer tragó la primera bocanada de humo denso, se cruzó de brazos, todavía con los codos apoyados en el mostrador, y se quedó mirando hacia la calle, a través del amplio cristal del restaurante.
Ella expulsó una nueva bocanada de humo, apoyó el busto contra el mostrador y luego, con cautela y picardía, mordiéndose la lengua antes de decirlo, como si hablara en puntillas: —¿Aunque no me acueste contigo? —dijo.