El fresco de la primera mañana empezó a convertirse en una humedad caliente y pastosa; la temperatura no era fría ni caliente; era una temperatura de escalofrío.
Langdon sintió un profundo escalofrío. Esa extraña respuesta era un antiguo dicho hermético que proclamaba la creencia en la conexión física entre cielo y tierra.
No obstante, al día siguiente, que era el primero de julio, no me sentí tan bien como esperaba y tuve algunos amagos de escalofríos, aunque no demasiado graves.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, como si tuviera fiebre, y regresé a casa con la idea de que, no uno, sino varios hombres, habían desembarcado en aquellas costas.