El único país donde una persona se puede dar el lujo de pedir el magnicidio de otro jefe de Estado son los Estados Unidos, como ocurrió hace poco con un reverendo llamado Pat Robertson, muy amigo de la Casa Blanca.
Todo esto en medio de agresiones internas y externas, que incluyeron un golpe militar facturado en Washington y un golpe petrolero facturado también en Washington, y pese a las conspiraciones, a las calumnias del poder mediático y a la permanente amenaza del imperio y sus aliados, que hasta estimula el magnicidio.