Me sentía convertida en una pradera desolada, sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos, fecundada por la repugnante flora de la humedad y de las tinieblas.
Por tanto la tierra no tenía humedad para que las semillas germinaran y, no lo hicieron hasta que volvieron las lluvias; entonces germinaron como si estuviesen recién sembradas.