El hombre vio ahora descender las tres varillas sobre la borda del bote y remó suavemente para mantener los sedales estirados y a su debida profundidad.
Cogió el sedal y lo sujetó suavemente en el índice y el pulgar de la derecha. No sintió tensión ni peso y aguanto ligeramente. Luego volvió a sentirlo.
Según descendía, deslizándose suavemente entre los dedos del viejo, todavía él podía sentir el gran peso, aunque la presión de su índice y de su pulgar era casi imperceptible.
Xury, cuyos ojos parecían estar mucho más atentos que los míos, me llamó suavemente y me dijo que retrocediéramos: -Mira allí -me dijo-, monstruo terrible, dormido en la ladera de la colina.
La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.