Odiaba sobre todo a Washington, porque sabía perfectamente que era él quien acostumbraba quitar la famosa mancha de sangre de Canterville, empleando el " limpiador incomparable de Pinkerton" .
Concluyó asegurándole la firmeza de su amor que, a pesar de todos sus esfuerzos, no había podido vencer, y esperando que sería recompensado con la aceptación de su mano.
Porque en español se inventó la novela, en español hablaban quienes, una y otra vez, reinventaron la pintura y hoy lo hablan los que, cada día, renuevan la gastronomía del planeta.
Y más, que negando este señor, como ha negado, que no ha habido en el mundo, ni los hay caballeros andantes, ¿qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho?
Las Bingley se alegraron mucho de ver a su querida amiga, les parecía que había pasado un siglo desde que habían estado juntas y continuamente le preguntaban qué había sido de ella desde su separación.