Lantín discutía ya los precios, enfadándose, y exigía que le mostraran los comprobantes de las facturas, hablando cada vez más recio, a medida que la suma aumentaba.
10 años después, el fin de semana después de la fiesta americana, la gente se echaba a las calles para intentar conseguir sus regalos de Navidad a un buen precio.
Don Quijote dijo que sí haría, y así, le aderezaron uno razonable en el mismo caramanchón de marras, y él se acostó luego, porque venía muy quebrantado y falto de juicio.
Luego, habiéndose puesto ropas de hombre, como si fuera un viejo pobre andrajoso, se puso de acuerdo con un pescador sardo para que la llevara, junto con su perra, al otro lado del estrecho.
Después de esperar un rato, vendió el saco de harina a un buen precio y regresó a su casa de un tirón, porque temía encontrarse a algún salteador en el camino si se retrasaba mucho.
Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.