Los técnicos civiles de la aldea trataron de atravesar el río para activar las dos bombas situadas en la orilla occidental, pero las autoridades libanesas se lo impidieron.
No había casi nadie en el andén. Recorrí los coches: recuerdo a unos labradores, una enlutada, un joven que leía con fervor los Anales de Tácito, un soldado herido y feliz. Los coches arrancaron al fin.