El marqués ordenó funerales de reina, en los cuales se mostró por primera vez con los tafetanes negros y la color macilenta que había de llevar hasta siempre.
Llevantóse como pudo, y llegó a casa de su amigo, que aún no sabía su desgracia; mas como le vio llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venía fatigado.
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas.
Tenía hambre y frío, y se veía muy débil. ¡Pobre niñita! Desde todas las ventanas se veían las luces que brillaban, pero la niñita sólo podía pensar que esa noche tenía que ganar algún dinero para poder volver a casa.