El tiburón volvió con furia y el viejo le pegó en el instante en que cerraba sus mandíbulas. Le pegó sólidamente y de tan alto como había podido levantar el palo.
Su sedal era fuerte, era cordel catalán y nuevo, de este año; hecho para peces pesados, y lo sujetó contra su espalda hasta que estaba tan tirante que soltaba gotas de agua.
Don Quijote miró a su contendor, y hallóle ya puesta y calada la celada, de modo que no le pudo ver el rostro; pero notó que era hombre membrudo, y no muy alto de cuerpo.
Y como la antiquísima arca, por ser de tantos años, la hallase sin fuerza y corazón, antes muy blanda y carcomida, luego se me rindió, y consintió en su costado por mi remedio un buen agujero.