Al final encontró el mordisco: un desgarrón en el tobillo izquierdo, ya con su costra de sangre seca, y unas excoriaciones apenas visibles en el calcañal.
Pero debo tener confianza y debo ser digno del gran Di Maggio que hace todas las cosas perfectamente, aun con el dolor de la espuela de hueso en el talón.
Luego, como Antoñilla, entre cuyo rubor y yo estaba ya el arroyo, le taconeara en la barriga, salió trotando por el llano, entre el reír de oro y plata de la muchacha morena sacudida.
De inmediato, la niña alzó la cabeza, tomó el caramelo cuidadosamente con la punta de los dedos, lo dejó caer al suelo, lo hizo polvo con el tacón y reasumió su posición, sin dignarse echar una mirada a Gilbert.