Bernarda le hizo bajar la cabeza al alcance de ella para examinarle la dentadura, y la perturbó el hálito de amoníaco de sus axilas. Los dientes estaban completos, sanos y bien alineados.
Estaba sin afeitar, más atormentado por el dolor de los golondrinos que por el inmenso fracaso de sus sueños, pues había llegado al término de toda esperanza, más allá de la gloria y de la nostalgia de la gloria.