Yo comparo esa situación con la de un paciente que acaba de ser dado de alta de la unidad de cuidados intensivos de un hospital y al que obligan a correr bajo las mismas reglas y condiciones con a un atleta en un estado físico magnífico.
Mucho corría Pinocho, pero el perro corría más. La gente se asomaba a las ventanas y se arremolinaba en el camino, ansiosa de ver el resultado de aquella feroz persecución.
Recuerdo que se lo trajeron recién, apenas ayer; pero es tan violento y vive tan de prisa que a veces se me figura que va jugando carreras con el tiempo.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre: Tú serás veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera.
El pobre pingüino no quería participar, pero era costumbre que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se unió al grupo que siguió al zorro hasta el lugar de inicio.
Es, pues, el caso -dijo el labrador-, señor bueno, que un vecino deste lugar, tan gordo, que pesa once arrobas, desafió a correr a otro su vecino, que no pesa más que cinco.