En cuanto la silueta de seda azulada pareció intuirse en el portal, los faros se encendieron y un hombre uniformado descendió del lado del copiloto y abrió con rapidez la puerta trasera.
Y corrió a dar parte al Señor Presidente de las primeras diligencias del proceso, en un carricoche tirado por dos caballos flacos, que llevaban de lumbre en los faroles los ojos de la muerte.