A principios del siglo XIX, la mayoría de la gente en el mundo occidental tenía una teoría sólida sobre nuestros orígenes: todas las criaturas fueron formadas por un único creador.
Pero luego, en 1831, un estudiante de 22 años decidió emprender una expedición que cambiaría todo.
El joven pasó años en islas remotas, investigando organismos vivos y tomando notas detalladas sobre sus diferencias.
Después de casi cinco largos años, el hombre regresó a casa.
Organizó sus hallazgos y comenzó a escribir su propia teoría sobre el origen de las especies.
Décadas después, en 1859, Charles Darwin, apoyado por el trabajo de Alfred Wallace, desafió el status quo con su teoría de la evolución, basada en la selección natural.
La selección natural es el proceso mediante el cual las poblaciones de organismos vivos se adaptan, reproducen y cambian.
Esto es posible porque los organismos evolucionan cuando ocurren mutaciones aleatorias en el ADN de las células reproductivas.
El ADN almacenado en las células contiene instrucciones que determinan las características de un organismo poco después de la concepción.
Por ejemplo, dos animales con características particulares pueden tener un bebé con rasgos muy especiales.