De pronto en la distancia, Pinocho vio a Gepeto que desesperado lo seguía en una balsa, cuando una ballena descomunal se trago al viejito y se hundió en el agua.
No era más que una balsa de troncos, arrastrada mediante gruesos cables por veinte hombres que caminaban por la ribera. En la proa, con un brillo de satisfacción en la mirada, José Arcadio Segundo dirigía la dispendiosa maniobra.