––Después de haberle visto ahora, nunca habría creído que pudiese portarse tan mal como lo hizo con Wickham ––continuó la señora Gardiner––, no parece un desalmado.
––Te ruego que intercedas, querida Charlotte ––añadió en tono melancólico––, ya que nadie está de mi parte, me tratan cruelmente, nadie se compadece de mis pobres nervios.
Si quisieses, cruel Quiteria, darme en este último y forzoso trance la mano de esposa, aún pensaría que mi temeridad tendría desculpa, pues en ella alcancé el bien de ser tuyo.