Pero ¿qué encargo es éste, mi comisario? —replicó poniéndose en jarras y soltando una potente risotada. Acto seguido, se hizo a un lado y nos dejó pasar.
Tenemos por aquí nuestra jarrita, y como yo quiero que mi café sea helado, le voy a poner unos cubitos de hielo para que el café quede todavía más fresquito.
Ahí tienes nuestra oca y el patito - dijo Enrique -; ya nadie tendrá que guardarlos. De todos modos, ha sido una suerte que la jarra no me cayera en la cabeza; podemos considerarnos muy afortunados.
Y tuvo la mala suerte de pegar un estacazo a la jarra del estante. Dio ésta contra la pared, cayó al suelo hecha trizas, y toda la miel se vertió y esparció.