Ondeaba al viento contra el oscuro azul del cielo, irradiando un aura plateada que, de un modo extraño, parecía relacionada con el creciente número de estrellas.
Al fijarse mejor en las puntas, advirtió que lo que trazaba aquellas líneas plateadas eran unos objetos que emitían un destello metálico: cuatro cazas de reacción.
Bajo la calma del cielo plateado, el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo.
Arnau dirigió la mirada hacia el portal justo cuando lo traspasaba un alguacil del veguer vestido para la batalla, con una coraza plateada y una gran espada al cinto.
Luo Ji vio de inmediato que encima de ellas había algo que también brillaba con luz plateada: eran cuatro finas líneas de pincel que destacaban sobre el cielo nocturno.
Incluso era capaz de ver el mundo en que ella moraba: un vasto paisaje nevado con el cielo eternamente adornado por una luna creciente y decenas de estrellas plateadas.
¿Y lo del rancho y el gris plateado de los arbustos de aquella región, el agua rápida y clara de los embalses de riego, y el verde oscuro de la alfalfa?
A las seis aparecí en su casa. Se hallaba recostada en un sofá, con un elegante vestido de tisú plateado sujeto con unas extrañas adularias que siempre llevaba. Estaba muy hermosa.
Era una mujer delgada, de ojos oscuros, que llevaba una magnífica túnica de tela gris plateado, como rayos de luna, con gemas en el cuello y en su oscuro cabello.
Pero soltó el sedal del arpón y lo dejo correr lentamente entre sus manos en carne viva, y cuando pudo ver, vio que el pez estaba de espalda, con su plateado vientre hacia arriba.