Estando en esto, llegó maese Pedro a buscar a don Quijote y decirle que ya estaba en orden el retablo; que su merced viniese a verle, porque lo merecía.
Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.
Si el patio es espeso y del demonio -dijo Sancho-, sin duda debe de ser muy sucio patio; pero ¿de qué provecho le es al tal maese Pedro tener esos patios?
Del cura no digo nada; pero yo apostaré que debe de tener sus puntas y collares de poeta; y que las tenga también maese Nicolás, no dudo en ello, porque todos, o los más, son guitarristas y copleros.
Sea en buen hora -respondió el del parche-; que yo moderaré el precio, y con sola la costa me daré por bien pagado; y yo vuelvo a hacer que camine la carreta donde viene el mono y el retablo.
Al mismo Duque de Alba se la quitara para dársela al señor maese Pedro -respondió el ventero-: llegue el mono y el retablo, que gente hay esta noche en la venta que pagará el verle, y las habilidades del mono.
Dénsele todos cinco y cuartillo -dijo don Quijote-; que no está en un cuartillo más a menos la monta desta notable desgracia; y acabe presto maese Pedro; que se hace hora de cenar, y yo tengo ciertos barruntos de hambre.