En realidad, era un pardillo que cantaba ante su ventana; pero como no había oído a un pájaro en su jardín hacía mucho tiempo, le pareció la música más bella del mundo.
El marqués en el asiento principal, con la maletita en las rodillas, y la niña impávida en el asiento de enfrente viendo pasar por la ventana las últimas calles de sus doce años.