Desde el cerro de San Lázaro veían por el oriente las ciénagas fatales, y por el occidente el enorme sol colorado que se hundía en el océano en llamas.
Partieron. Luego de unas semanas en Canarias, tomaron la ruta hacia el oeste. El viaje ya duraba semanas y no se veía sino mar, sin la menor señal de tierra.
A partir de entonces, comenzamos a meternos mar adentro hasta que perdimos de vista la tierra y navegamos, como si nos dirigiéramos a la isla de Fernando de Noronha, rumbo al norte-noreste, dejándola, luego, al este.