Esto, sumado a una competencia entre clanes para ver quién construía los moáis más majestuosos, produjo una sobreexplotación de los recursos de la isla.
La diferencia decisiva se reveló en plena guerra cuando José Arcadio Segundo le pidió al coronel Gerineldo Márquez que lo llevara a ver los fusilamientos.
Ya había cola para coger agua de la fuente, así que se pusieron al final, inmediatamente detrás de dos hombres que estaban enzarzados en una acalorada discusión.
Los políticos que capitalizaban la guerra desde el exilio habían repudiado públicamente las determinaciones drásticas del coronel Aureliano Buendía, pero hasta esa desautorización parecía tenerlo sin cuidado.